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En memoria: Conocí al gran Moisés Meik a comienzos del año 2000. Yo cursaba finales de mi carrera, era un imberbe estudiante y tibio militante buscando una balsa jurídica de donde agarrarme en medio del naufragio neoliberal. Estaba cursando Derecho Social en una comisión malísima, pero vi que se organizaba una jornada y allá fui. Meik hablaba del Derecho del Trabajo desde la teoría crítica (escuchar a alguien que, hablando de Frankfurt, no se refiriese a salchichas en aquél tiempo y en aquél lugar no era cosa de todos los días). Había ahí una pasión, en el sentido estricto y mejor de esa palabra tan bastardeada. Poco después yo mismo me sumé a esa Escuela Platense de Derecho Social, en la que su amigo -y nuestro común maestro- Ricardo J. Cornaglia había logrado reunir, además de algunos locales, a todos aquellos no platenses (Moisés, Angel Gatti, Oscar Zas, lo que continuaría más acá, en mi generación, con Juan Formaro y Paula Lozano, entre otres) que, acaso huyendo del formalismo reaccionario de la mayoría de las cátedras de la UBA, formaron acá un faro de un Derecho del Trabajo crítico, sin concesiones: un Derecho de los Trabajadores. Más tarde, allá por 2004, Moisés, lector empedernido, armó una especie de grupo de lectura los sábados por la mañana. Ahi llegábamos -medio dormidos, golpeados por la noche- los que éramos aun jóvenes, y después de un lindo intercambio, nos íbamos con tarea para el hogar, con las fotocopias todas rayadas de sus libros (desde ahí viene mi copia -todavía en pie, apenas legible con sus notas y rayones- de "Por una (re)politización de la figura del despido", el notable texto de Pedro Flinstone que Moi nos hacía leer como si fuera un manuscrito incunable). De allí en más, todo fue aprender a su lado, humana, política y jurídicamente. Moisés, cual personaje de Osvaldo Soriano, siempre del lado de los perdedores. Moisés-puente (como el puente que cruza las ventanas de Traveler y Oliveira en Rayuela), tendiendo lazos entre todos los que tirábamos más o menos para el mismo lado: el de los laburantes. Puente entre nosotros los del IDS de La Plata y la AAL, puente con el Observatorio de la CTA, puente con los amigos españoles de la UCLM, y con tantos otros. Moisés baluarte de la lucha por el derecho a la estabilidad, contra eso que nuestros queridos amigos del otro lado del océano, Pedro Flinstone y Joaquín Pérez Rey llamaron, sin eufemismos, la violencia del poder privado. Moisés peleando contra eso desde 1973, en los debates previos a la LCT (como bien lo cuenta otro gran tipo a quien conocí por esos puentes que él tendía, Lucho Roa, en las entrevistas que hacen los autores de La Noche de las Corbatas, Celesia y Wainsberg). Moisés hablando en la CJSN en la audiencia pública por la nulidad de los despidos (y el gran triunfo que significó esa lucha -sin la cual no podría explicarse hoy la prohibición de despidos- se lo debemos en una buena medida). Moisés llamándome para felicitarme, pero también para putearme, por cosas que había escrito o dejado de escribir (y por haberlo citado a él, pero también por no haberlo citado). Moisés y su fanatismo y admiración por Ricardo Cornaglia, a quien consideraba, con razón, el mejor jurista del Derecho del Trabajo Argentino del último medio siglo. Moisés dando cursos de posgrado en los que (en complicidad con Ricardo) me hacía designar con él, compartiendo cartel, como si yo, a mis veintipico, no fuera un mero ayudante. Moisés hablando con pasión de Sinfonía para Ana, la novela de su hija Gaby, luego película, que cuenta la historia de los años de la dictadura en el Colegio Nacional de Buenos Aires, mandando mails, con su torpeza informática a cuestas, todas las críticas que iba recibiendo. Moisés viajando con muchos de nosotros a dar clases o conferencias al interior. Moisés ya en pandemia, prendido a los zooms que Ricardo Organizaba desde el IDEL-FACA, sin poder conectar el sonido, o la imagen, pero siempre presente. Moisés, cordobés de nacimiento, viviendo en Buenos Aires (y llevándonos a las heladerías de su barrio cuando nos convocaba a su casa a hablar de algo), con el corazón académico en La Plata y el judicial en La Matanza, donde fue un notable juez del trabajo. Y, sobre todo, Moisés agarrándote muy fuerte del brazo, hablándote al oído sin dejar moverte hasta que te quedara bien claro cual era el camino que había que seguir, dónde tenías que ir a hablar, qué tenías que escribir.
Tu muerte es una mierda, querido "Moi" (como firmabas los mails).
Te vamos a extrañar mucho.
Juan Orsini.
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