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Editorial
EL RUMBO.
Por Ricardo J. Cornaglia.

Las democracias se ponen a prueba y se consolidan a partir de la alternancia en el ejercicio del poder. Las elecciones nacionales de este mes de octubre del 2023 dieron como resultado un cambio que afectó profundamente al oficialismo y consiguió un importante apoyo de la ciudadanía a las propuestas del candidato a presidente y movimiento político que representa.
Ideológicamente, el cambio comprometido comparte una corriente en auge desde hace más de sesenta años, en importantes naciones regidas por Estados de Derecho Constitucionales, que enarbolaron programas adoptados por lo que se ha llamado la Revolución Neoconservadora.
Los dos valores por excelencia exaltados en la campaña electoral por el movimiento que alcanzó la confianza mayoritaria del electorado fueron la libertad y la propiedad privada.
Ambos, como derechos tienen firme anclaje en la Constitución Nacional que nos rige desde 1853 e inspiraron la llamada cláusula del progreso, que se desprende del Preámbulo, imponiendo un sentido al texto fundamental.
Muchos de los logros alcanzados por los gobiernos conservadores de la generación del ochenta en el siglo XIX, fueron notables y promovieron a la República Argentina, como ejemplo para el mundo de una nación en desarrollo, con una economía en auge. Heredera de esos logros se constituyó una oligarquía, que con razones para ello fue denunciada, por consolidar un régimen fraudulento que despreció a la democracia, minando a la soberanía del pueblo, en cuanto mecanismo legítimo de representación.
Desde entonces, la denuncia de los políticos por constituir una casta, se entiende en clave de la crítica a la oligarquía, como instrumento deslegitimador del poder y corruptor de las instituciones que lo ejercen.
La revolución de 1890, estalló por la denuncia de los fraudes eleccionarios, la corrupción en la administración púbica, una crisis bursátil y económica y para Leandro Alem, su vocero, tenía por norte ser la causa de los desposeídos en un país que al mismo tiempo que hacía gala de la opulencia oligárquica, sometía a los trabajadores a una condición de desigualdad indicativa de una desposesión manifiesta en el acceso a la riqueza en auge. Al fraude lo consideró la consecuencia de afirmar un orden social desigualitario. Indigno.
Desde entonces, el partido conservador se fue diluyendo sin pena ni gloria como tal, en la medida en que el fraude iba carcomiendo sus entrañas. Había sido el paridor de la generación del 1880, cabalgando sobre el programa de la generación de 1837, pero entrado el siglo XX, en la década que siguió a 1930, se agotó como opción eleccionaria en el fraude patriótico.
Y las fuerzas armadas se constituyeron en el partido político por el que de facto operó el conservadorismo, inspirando al golpe de estado de 1943, que reivindicó el programa del 30, denostando la política corrupta. Y lo hizo para justificarse formulando una intensa crítica a su raigambre liberal, como lo hacían otras fuerzas ideológicas, en auge y de moda antes de la segunda guerra mundial.
Las fuerzas armadas, constituidas en partido político revolucionario y golpista abrevaron en el conservadorismo en 1930, 1943 y 1955. Y lo siguieron haciendo en 1966 y 1976, pero desde entonces, integrando el movimiento internacional en auge del neo conservadorismo.
Ideológicamente, el neo conservadorismo fisionó también a los partidos populares y en los gobiernos peronistas y radicales, pero en ellos, tuvo un papel significativo en materia económica.
En lo jurídico, la escuela de Chicago y la interpretación económica del derecho plasmando el pensamiento de Friederich Hayek, Milton Friedman, Richard Posner y sus herederos hasta el presente, tuvo relevancia y significación innegable.
Esta corriente ideológica neo conservadora en la gestión política actuó por otros, pero en primera línea y no es para nada ajena al crítico estado de nuestra deuda interna y externa. Diría que con el apoyo del partido militar por ahora extinguido y de los partidos populares respetuosos de la alternancia eleccionaria, fue protagonista y responsable del estado de cosas actuales.
La mayoría en este año 2023, eligió a la restauración conservadora como forma de castigo a la clase política, por los cuarenta años de ineficiencia, corrupción y demagogia de los mecanismos democráticos consolidados, tornando a la representación un juego agonal entre fracasos experimentados.
En esta elección de octubre, los políticos profesionales y sus partidos, tuvieron como contrapartida un amateur que en su falta de experiencia hizo mérito para alcanzar confianza y lo logró. La mayoría prefirió saltar al vacío, como apuesta a la esperanza, antes que seguir comprometiéndose con el pasado de los fracasos de los que los que ejercieron los gobiernos dejaron de asumir y endilgaban a sus opositores.
El neo conservadorismo ahora no actuó con el ropaje de otros. Es paradójico que haya logrado de buena ley el triunfo popular, planteando la necesidad de un cambio total, heredero del que “se vayan todos” y su cuota de justificada crítica carente de una dialéctica superadora. Solo es entendible ante el hartazgo de la corrupción en las instituciones y la necesidad de creer que hay un futuro distinto a un presente frustante.
El cambio esperanzador, se impone. Es necesario.
Pero nadie renegó de la República, el federalismo, la democracia, el estado constitucional de derecho social y sus instituciones naturales resultados de nuestra azarosa historia.
Sólo la vida institucional es perdurable y con respeto a ella se puede cambiar lo necesario. Ya se dijo, muchas veces, “dentro de la ley, todo, fuera de ella nada”.
Y esto alcanza a los cambios necesarios, que resultan imprescindibles, primero en la gestión administrativa, luego en el servicio de justicia y en especial en el poder legislativo, que debe asumir ser el representante y garante de unidad de un pueblo cansado y agrietado.
El arte de gobernar no admite apoyarse en una simplificación engañosa, que deje de advertir el real funcionamiento de las instituciones y la naturaleza poderosa de las burocracias de cualquier signo, incluso la tecno burocracia económica y académica.  Su permanente ubicuidad y rol.
En realidad, el programa económico esbozado por el neo conservadorismo ha sido el más probado en este país empobrecido, en gobiernos democráticos y dictatoriales que hemos tenido desde que fuera esbozado por la Escuela de Chicago y comenzara a experimentarse en países en desarrollo, lo que fracaso en los desarrollados.
Latinoamérica entera asumió los costos de esa experiencia. La Argentina ejemplo paradigmático de frustraciones no asumidas.
Tuvo su propia casta de experimentadores en los Ministros de Economía (en muchos casos superministros) como Alvaro Alzogaray, Roberto T. Alemann, Adalbert Krieger Vasena, José Alfredo Martinez de Hoz, Néstor Rapanelli o Domingo Felipe Cavallo ente otros. De sus experiencias en gran medida podemos encontrar la causa de nuestra asoladora crisis.
El neo conservadorismo nunca hizo gala de su existencia y experiencias y puede ser identificado, aunque no se muestre con ese rótulo y enarbole la bandera de un anarco-liberalismo, como si fuera fácil conciliar esos términos.
Pero existir, existe, como las brujas.
Y en mucho se les asemeja cuando estamos de aquelarre. Si valoramos la pobreza, la hiperinflación, la deuda externa, el desempleo real y el simulado, los servicios de salud y educación, la emigración desencantada, es hora ponernos de acuerdo con el poner fin al aquelarre, porque hemos agotado en gran medida nuestras fuerzas.
Nunca es tarde para aprender y cambiar.
Paradójicamente, el neo conservadorismo en auge en el mundo y alcanzando continuos y persistentes logros de presencia en la Argentina militar o democrática, tiene la alternativa de gobernar, a partir de las instituciones a mérito de las burocracias, a las que nutre.
A una fuerza política apoyada en las mayorías, que no debe ser subestimada, le toca hacer de la Constitución su programa. Esa constitución liberal y conservadora, pero remozada dialécticamente con las reformas de 1957 y 1994, que tiene por modelo un Estado Constitucional de Derecho Social, que marca el rumbo. Que desafía al incumplimiento de las promesas de campaña. Que sirve tanto para el milagro tan pocas veces verificado de las revoluciones de cualquier signo para verificar su autenticidad y para lento trasegar de los reformismos.
Los abogados, han sido y serán protagonistas de la política argentina y responsables en gran medida de su estado actual. Con sus más y sus menos. No hay profesión alguna que pueda competir en cuanto a los aportes a los más importantes cargos de los poderes del Estado republicano.
Hemos actuado a la sombra y a partir de instituciones gremiales que tienen el deber de hacer participativamente de la democracia una garantía para la defensa de todos y cada uno de los habitantes de esta Nación.
Las experiencias gremiales que hemos tenido con las supuestas políticas desregulatorias de nuestras instituciones enarboladas por el neo conservadorismo no pueden ser bien calificadas. Ya hemos denunciado en el análisis final de las gestiones, que las regulaciones de los desreguladores resultan un cúmulo inextricable de contradicciones que disfrazan intervenciones de una política paradójicamente intervencionista que opera sin comprender que la construcción de la representación popular es mucho más valiosa cuando surge como resultado de la cultura de la libertad asociativa. Y cuando a esa cultura laboriosamente alcanzada, se la pone en peligro, nos vemos compelidos a encontrar un modesto y buen defensor. Que no trate con la estridencia de la elocuencia, reemplazar la simpleza de la razón.

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